Cultivando la Época Dorada
- Carolina Benjumea
- 28 jun 2017
- 5 Min. de lectura
La vejez, no tan esperada por unos y muy añorada por otros, puede traer consigo grandes aprendizajes, pero grandes retos. El cuerpo y la mente trabajan de una forma diferente a como lo hacían antes, cuidados y necesidades especiales requiere esta época de la vida, cuidados que algunas personas no son capaz de suplir, personas antes autosuficientes se vuelven cargas para aquellos que una vez fueron cuidados por estos ancianos, por lo que la mejor opción es entregarlos a personas para que garanticen si bienestar. Y mientras algunos olvidan a sus ancianos, hay otros que los cuidan y los acompañan los últimos días de su vida. Es el caso de Luz Amparo Blandón, una mujer de 56 años que cuida personas de la tercera edad en estado terminal y no pueden ser cuidados por sus familiares.
Amparo ha dedicado 10 años de su vida al servicio de los ancianos que lo necesitan, y aunque muchos cuentan con su familia y apoyo incondicional, hay otros que las visitas de Amparo son las únicas visitas que tienen en el día. Empezó a trabajar cuidando ancianos en la casa Gerontológica de Franciscanos casi por casualidad y con la ayuda de un padre; “me quedé sin empleo, fue un momento muy duro para mi esposo y para mí”.
En este hogar conoció el mundo desde la perspectiva de los de la tercera edad, entendió lo difícil que es llegar a los 80 años sin una compañía, y en ese momento decidió que su vida sería trabajar por y para estas personas. En el lugar había ancianos desde los 70 hasta los 100 años, terminaban sus días allí porque estaban enfermos o simplemente porque su edad les impedía hacerlo de otra forma.
Cuidar ancianos es algo muy complicado que requiere de cualidades que no todas las personas tienen, pues, como lo dice Amparo, son personas que tienen todo un mundo detrás de ellos, por lo tanto ya tienen sus ideas y carácter definidos; “algunos son autoritarios y de temperamento muy fuerte, no se dejan hacer muchas cosas, pero debo entenderlos, ese es mi trabajo”.
En Medellín hay un aproximado de 150 hogares geriátricos, según el directorio del adulto mayor, sin embargo, estos en muchas ocasiones no brindan el acompañamiento emocional que una persona a esta edad lo requiere, muchas veces son solo una salida fácil de sus familiares para librarse de su cuidado. El trabajo de Amparo va más allá de solo curaciones y sacarlos a caminar, “yo les doy la medicina, cambio pañales, les doy la comida, los baño, Pero les tengo que dar mucho amor, escuchar sus historias; debo entenderlos”. Amparo se convierte en un gran apoyo para estas personas que ya ven la vida acabarse poco a poco, ella les da todos los días un sorbito de tranquilidad, esperanza y felicidad, tanto, que termina por convertirse en parte fundamental de la familia y de su vida, “muchos no quieren que me vaya al final del día, siempre me dicen que me quede. Me cogen mucho cariño y yo a ellos”
En un momento de su vida se vio con uno de los retos más grandes. Acostumbrada a cuidar ancianos se vio en la posición de cuidar a su hermana, “fue uno de los momentos más duros”. Una enfermedad la tuvo en su cama durante dos años, Amparo usó toda su experiencia para acompañar en esta ocasión a un familiar “siente uno más dolor porque es su misma sangre. Me dio mucha tristeza verla así”, de esta manera tuvo la oportunidad dar a su hermana los mismo que había dado a otros ancianos y saber que ella tuvo los mejores últimos días de su vida.
“Muchas veces los sabe tratar uno mejor que las mismas enfermeras, ellas a veces no entienden con quién están tratando”. Alzheimer, Demencia Senil, Parkinson y Cáncer son las enfermedades más comunes en estas personas, por su edad el cuerpo les deja de responder de una manera adecuada y se requieren cuidados especiales, cuidados que por la trayectoria Amparo ya los conoce, especial delicadeza a la hora de tocarlos y hablarles, “me siento capacitada porque tengo mucho amor, mucha paciencia, y cariño eso es lo principal que hay que darle a los ancianos”.
El papel de la familia es fundamental para su mejora, “hay familias muy buenas, que siempre están pendientes de sus abuelos, pero hay otras que no. Tenía una paciente que su familia no la visitaba, yo era la única que estaba con ella todo el día”. El dolor no solo es de los enfermos, sino también de sus familiares más cercanos, por eso Amparo intenta tener una relación cercana con ellos, en algunas ocasiones no solo el anciano se encariña con ella, sino la misma familia. Diana Lucía Rúa, hija de una de las pacientes de Luz Amparo, afirmó que ella fue una figura fundamental para los últimos días de su madre, pues esta se sentía muy apegada a ella y fue de gran apoyo, no solo para su mamá sino para toda la familia, “mi relación con Amparo fue excelente, nunca tuve problemas sabiendo que mi mamá se quedaba sola con ella. Mi mamá la apreciaba mucho, estoy segura que estaba muy agradecida con todo lo que hizo por ella, siempre que se iba a ir, mi mamá la cogía de la mano y le decía que no se fuera”. E muchas ocasiones siguen en contacto, después de que el anciano muere.
Cumpleaños y fechas especiales ha pasado Amparo con sus pacientes y lo más triste, cuando mueren, inclusive una de ellas esperó a que Amparo llegara en la mañana para despedirse; “una de las señoras que yo cuidaba me esperó para morirse, estuvo agonizando sola toda la noche, yo llegué y la encontré muy agitada, a la media hora se murió”. Es uno de los momentos más difíciles de cuidar ancianos terminales, pues casi ninguno logra recuperarse. De todos los pacientes que ha cuidado solo una ha logrado aliviarse después de la enfermedad; “lo más duro es cuando mueren, siento un vacío muy grande como si fueran de mi misma familia, quedo muy triste porque yo les cojo mucho cariño”. Siempre asiste a los entierros de sus pacientes para acompañar a su familia, usualmente guarda recuerdos y fotos de esllos en su casa, incluso confiesa que en algunas ocasiones ha llegado a soñar con ellos después de muertos, “a veces sueño con algunos, me saludan, me agradecen o simplemente de cuando me sentaba con ellos a escuchar sus historias”.
La hija de Luz Amparo se siente muy orgullosa de la labor que ejerce su madre y no le queda duda que en el momento que también lo necesite va a estar ahí con ella, retribuyéndole todo lo que hizo por los otros, “ yo siempre he creído que todo lo que uno hace, bueno o malo, lo paga. Siempre le he pedido a mi familia que en el momento que llegue a necesitarlo, estén ahí para cuidarme”.
La vejez no es fácil, pero si tenemos a las personas correctas al lado, unas arrugas pueden parecer el mejor accesorio y la peor enfermedad se puede hacer más llevadera y para esto trabaja Amparo día a día, “el único consejo que le doy a quienes tienen familiares ancianos es que los amen y los entiendan. Que no los dejen solos”.
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