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La UPB contada desde la visión de sus exalumnos

Hace 80 años, en 1936, profesores y alumnos preparaban lo que sería el mayor reto de sus vidas. Motivados por el inconformismo decidieron dejar su futuro en una universidad con gran nombre y posición, para fundar una que cumpliera con sus necesidades culturales, religiosas y académicas. Liderados por el Doctor Alfredo Cock Arango, profesor de derecho de la U de A, 25 profesores y 78 estudiantes empezaron su educación superior en lo que llamarían la Universidad Católica Bolivariana, la primera institución Católica de la ciudad. Llamada así por sus mismos estudiantes, quienes  quisieron poner el nombre de Bolívar al ser el “símbolo del inconformismo y la lucha contra el despotismo y por la libertad”, según lo expresa Gildardo Lotero en el libro “La Pontificia Bolivariana, medio siglo de historia universitaria”.

En medio de prostíbulos, venteros ambulantes, cafetines y  bullicio llegaban los profesores y alumnos todos los días a un edificio ubicado en Guayaquil, perteneciente a Don Alejandro Ángel, quien prestó al Doctor Cock tres piezas del segundo piso para que impartieran las clases de Derecho. Al verse cortos de espacio y con un ambiente poco apto para el aprendizaje, se trasladó la sede de la UCB a un edificio ubicado en la calle Perú con Caracas, en el antiguo seminario donde se ubicaron los estudiantes de la facultad de derecho.  El 20 de enero de 1937 se abrieron las inscripciones para los niños que querían iniciar su formación en la primaria de la Universidad Católica Bolivariana.

Los primeros dos días fueron de total fracaso; ningún niño, ni siquiera por curiosidad, fue matriculado. Al tercer dìa y como un “sorbo de energía”, como dice el Padre Gonzalo, se inscribió a Juan Sepúlveda, hijo de un ganadero de Domatías. En el segundo día se confió al niño Horacio Ovando, y en los siguientes se logró ingresar tres niños más. Con un total de cinco niños se cerró la primera semana de inscripciones al nuevo colegio Católico de Medellín. Con una matrícula que valía 2 pesos y una mensualidad de 5 pesos, la UCB inició sus labores de enseñanza primaria. Los muebles para las nuevas instalaciones fueron comprados por el mismo Cock, que entre muebles, taburetes, sillas y mesas invirtió un aproximado de 300 pesos.

Para 1941, el niño Gonzalo Restrepo Villegas inició en primero de primaria lo que sería una vida dedicada al servicio de la UPB, 75 años fueron suficientes para que este padre, egresado de la Universidad, formara a niños y adolescentes. Su nombre en este momento lo lleva el que ahora es el edificio de primaria. Muchos de los fundadores de la Universidad eran amigos de su padre, por lo que decidió mudarse desde Envigado hasta el centro de Medellín para que sus hijos pudieran hacer parte de la historia de la nueva institución.  En 1942, cuando cursaba segundo grado, ya eran 8 los niños que estudiaban con él. Sus maestros eran: Don Francisco Quijano, Don Jesús Cifuentes, Don Félix Montoya, Don Arturo Correa y Don José Julio Alzate.

La Palestina

Con más renombre y más fama, se vio un gran crecimiento en la institución y los 200 estudiantes no podían ser ya ubicados en ese edificio. Monseñor Manuel José Sierra recorrió desde Caldas hasta Barbosa y en el sector conocido como “La América”, encontró una hacienda llamada “La Palestina”. Su aspecto descuidado y lleno de lagunas y pantanos no impidieron que Monseñor adquiriera el predio de 460.000 metros cuadrados. Ese lote de 5 centavos el metro cuadrado se convirtió en la Universidad Pontificia Bolivariana y en 1947, los niños que cursaban primero y segundo de primaria pasaron a la ciudad universitaria.

José Fernando Montoya Ortega, sociólogo egresado de la UPB, recuerda que en 1959 ingresó a primero en el campus de Laureles; su padre, egresado de la Universidad,  lo entregó de la mano a su primer profesor, Don Gabriel Merino, quien lo recibió en “el kiosco”, la cafetería que estaba ubicada en lo que ahora es Bienestar Universitario. Con gran emoción llegó a su primer salón en donde el maestro había pintado un payaso con tiza en el tablero, lo que quería decir “Bienvenido a la UPB, donde usted va a aprender con alegría”.

Los profesores eran fundamentales para la experiencia que vivían los niños en esta época del colegio, por esto, no es nada raro que recuerden todos los nombres de aquellos quienes les impartieron clase y los recuerden con gran cariño. El profesor Don Enrique Barrera, un maestro muy inclinado a las Ciencias Naturales y la Botánica, tenía una huerta al frente del antiguo edificio de primaria, que fue cultivada por sus mismos alumnos, estos aprendieron acerca de las plantas y fue allí donde vieron por primera vez la planta de algodón. El director de la primaria, Don Fabio Valencia Rodríguez, al inicio de cada jornada, formaba a los niños en el patio y les enseñaba acerca de la historia de la Universidad, y, en algunas ocasiones, les preguntaba sobre las noticias de la prensa, “esto nos ayudaba a estar más atentos”, dice José Fernando.

La UPB, el sol de Laureles

La primaria del centro seguía funcionando, pero con miras al futuro, todos los miércoles serían de paseos a la nueva ciudad universitaria, donde los estudiantes se familiarizaban con las instalaciones en proceso de construcción. En 1961 la casona del centro se vendió al  periódico El Colombiano y todos los estudiantes de universidad, bachillerato y primaria convivían juntos en la UPB.

Por el deseo de los habitantes de Medellín de que sus hijos estudiaran en la reconocida Universidad, los barrios del rededor se empezaron a formar, así nació el barrio Laureles, Conquistadores, y algunos barrios de Belén, aledaños a los terrenos. “La UPB fue pensada para ser el sol de Laureles, por eso está rodeada de circulares. Con esta fue que empezó el modernismo de Medellín”, dijo el profesor e investigador del centro de humanidades y egresado de la UPB, José Guillermo Ánjel. Con el gran nombre que se hizo la Universidad ya no eran cinco los niños que se presentaban en una semana, ya eran familias enteras amaneciendo en la fila para conseguir un cupo para sus hijos.

Universidad, Primaria y Bachillerato estaban distribuidos a lo largo del campus, los niños se mezclaban con universitarios sin problemas en la época en que no llevaban uniformes, el uniforme fue implementado años más tarde; un buso rojo con el escudo, gorro de paleteros, pantalón blanco y tenis blancos. Los descansos del colegio se hacían en las múltiples zonas verdes que existían, donde los niños jugaban sus mejores y más memorables partidos de fútbol, los que preferían, salían a caminar por los barrios cercanos, una vez escucharan la sirena, debían regresar a los salones. Así vivió sus primeros años de estudio Gonzalo Bermúdez, ahora profesor de bachillerato.

Las niñas todavía no habían sido integradas a este conjunto, ellas estaban en el barrio Boston, pero los sábados eran llevadas al campus para la clase de Educación Física, a la que muchos estudiantes de la seccional masculina se sumaban para, de esta forma, poder conocer a sus futuras compañeras de estudio. Su uniforme era un jumper azul y blanco con un corbatín, y no fue sino hasta 1987 que las trasladaron al campus de Laureles.

El día clásico bolivariano, el 15 de septiembre, es el día que se celebra su fundación. Anteriormente era celebrada toda una semana, en la que los estudiantes no tenían clase pero iban a las actividades propuestas. El acto principal era una misa en la Basílica con todos los profesores y algunos estudiantes. Una orquesta tocaba desde las 7 de la noche hasta las 2 de la mañana en los parqueaderos del que ahora es el bloque 6, juegos pirotécnicos, carreras de burros en las que estudiantes y profesores participaban, por último, se hacían desfiles por las calles y la comunidad salía a ver a los estudiantes caminar.

Los corazones de la UPB

Muchos rectores han pasado por la  universidad y cada uno ha dejado un poco de su conocimiento para ayudar al crecimiento de esta y sus alumnos. Anteriormente se tenía más cercanía con él, por lo que los estudiantes podían ver el lado humano de la cabeza de la institución. Monseñor Félix Henao Botero es de los más recordados, de su finca llegaba con bultos de naranjas que repartía al final de la jornada tanto a profesores como estudiantes, en sus horas de descanso se sentaba con las alumnas que estudiaban Arte y Decorado y con los inscritos en las carreras de ingenierías y, según la Doctora Clemencia Restrepo Posada, Secretaria General de la Universidad,  presentó a muchos de estos estudiantes, formando así parejas que al final él mismo casó. Sus restos están en la tumba del templo universitario, tumba que él mismo mandó a construir durante sus años como rector. Su corazón se encuentra en la cripta del templo junto con el de Monseñor Manuel José Sierra.

Son muchas las historias que envuelven la vida de la Universidad Pontificia Bolivariana. Algunas crisis, momentos duros, muertes de estudiantes y profesores, celebraciones y personalidades importantes que han marcado el camino de la Universidad. El paso por la UPB deja un vínculo especial entre quienes tuvieron como segundo hogar sus instalaciones, por esto muchos deciden volver y retribuir lo que algún día la UPB hizo por ellos.

Entre los Bolivarianos de cualquier edad o condición, pobres o ricos, felices o caídos en desgracia, existirá la fraternidad que crea el haber vivido en los mismos claustros, sentido las mismas emociones y haber participado de la gran comunidad a que aspira ser la Universidad Pontificia Bolivariana.” Capítulo del Espíritu Bolivariano, escrito por Monseñor Manuel José Sierra.

Monseñor Félix Henao Botero, Rector de la Universidad en los años 1941- 1974. Foto tomada del archivo fotográfico de la UPBDescansos al frente del bloque de primaria, (ahora edificio de Derecho). Foto tomada del archivo fotográfico de la UPB

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